Como si quisieran arrancarme algo más que la piel. Por suponer silencio, por sembrar la desidia en todas partes, por quedarse quieto. Me persigue la gran conciencia y no pretendo huir. Ahora estoy desnudo, frente a mis propios temores y ahí voy, al encuentro de mi misma cara esperándome en un pasillo para sacarme los ojos. Se destruyen lentamente en cortes piramidales y ni siquiera sangran, como si yo fuera una especie de animal sin fluido que camina quiméricamente pisándose la sombra, a ver si podíamos seguirnos hundiendo hasta las rodillas o incluso más, ahogarnos en la mierda cloacada de ese pozo séptico llamado recuerdo triste, esa espesa y densa capa musgosa llamada desgarro que además de cercenarte las ideas te arranca la crítica.
Ese es el despertar a la conciencia de vivir en un sistema asqueroso.